Quien mira hacia fuera sueña, quien mira hacia dentro despierta. La realidad está en el corazón, la fantasía en la cabeza.
Dejar de mirar hacia fuera y volverse
hacia dentro es un gran paso hacia la verdad. Echarle la culpa de todos
nuestros males a la cultura, a la sociedad, al gobierno, a la familia
es una pose muy cómoda. Y esto no es otra cosa que depositar una
imposibilidad que está dentro de uno mismo en el sistema del que uno es
parte. Ese sistema que supuestamente nos inmoviliza, que no nos deja
caminar, avanzar, crear, crecer, ser.
La propuesta no es taparse los ojos y
salir violentamente a romper con todo, sino todo lo contrario. Para que
se produzca un pequeño o gran movimiento, habrá que aceptar que el
afuera no va a cambiar. Habrá que aceptar que yo soy y he sido parte de
ese sistema “interno”, pasiva o activamente, no haciendo nada o sólo
quejándome.
La libertad empieza por reconocer los
límites que impone el programa que tiene configurada nuestra cabeza.
Habrá que desprogramarse, habrá que limpiar la suciedad que trae consigo
nuestra mente, habrá que pedir ayuda si es necesario para realizar ese
trabajo de encontrarse con quien uno verdaderamente es.
Para despertar y dejar de soñar,
habrá que reconocer que la verdad está dentro. Uno no es quien le
dijeron sus padres, amigos, la religión o los medios de comunicación. Y
aquí está la trampa de la cual cuesta tanto salir. La razón, los
mandatos, el deber ser, le dirán a mi cabeza qué es lo que está bien o
qué es aceptado para mi vida. Eso es vivir una constante fantasía. El
corazón, el sentir, la emoción, no impone ni dictamina, es pura
libertad, pura verdad. Eso es vivir en una constante realidad.